Soleá de Triana, sabor y gusto.


El cantaor Juan Antonio Ramírez me recordó el pasado viernes la belleza que atesora el cante por soleá de Triana, la soleá alfarera. Cante que, considerado de los primitivos, no ha tenido un reflejo en la discografía histórica adecuado a su grandeza.

Algunos piensan que, la dificultad que entraña su interpretación, es la culpable de este hecho. Desde luego meterla a compás está al alcance de pocos profesionales, que al fin y al cabo, son los que deciden que estilos se dejan impresos.

Los trianeros recuerdan y veneran a los grandes aficionados y cantaores que fraguaron los estilos alfareros con sabor a río. El Quino, El Sordillo, Oliver de Triana, El Pancho, Garfias junto a otros más cercanos como las valientes de Emilio Abadía, Antonio EL Arenero, El Teoro o Márquez El Zapatero. De los últimos intérpretes que ha dominado la medida de esta preciosa soleá encontramos a Paco Taranto o Chiquetete, dos magníficos cantaores que huelen a Cachorro y Esperanza. Grandes maestros como Antonio Mairena, Naranjito o Chocolate nos legaron sus joyas modeladas en las mejores alfarerías de Triana.

Pero los divos del cante actuales, tan guapos y educados, de momento, no han pasado ni por el puente de Triana, y más, sabiendo que este cante no lo hace cualquiera, que, técnicamente es complejo, que duele en los bajos, donde hay que amarrar las notas con las cuerdas vocales de par en par, que sube al cielo trianero buscando el arco melódico completo y que el compás interno de la melodía se echa las navajas con la métrica soleaera para terminar como compadres. Y todo eso sin hacer referencia al sabor, al gustito.

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