Sobre el Nacional de Córdoba y Manuel Cástulo.



La mezquita, el Guadalquivir y todas las callejuelas de Córdoba La llana enmudecieron con el cante de, a la postre vencedor en el XX Concurso Nacional de Cante Flamenco de Córdoba, Manuel Cástulo. La misma ciudad que entregó las Llaves doradas de lo jondo al maestro Mairena medio siglo antes.

Si el veredicto es justo o no el tiempo lo dirá pero la valentía del jurado no puede pasar desapercibida para el mundo flamenco. Eso de ponerle números al arte ya sabemos que tiene un punto de ignorancia y atrevimiento pero en la historia del flamenco los concursos han servido para la promoción y divulgación del cante andaluz siendo el Nacional de Córdoba uno de los más influyentes y prestigiosos.

Córdoba no premia sólo a Manuel Cástulo en esta edición sino a una forma de entender y vivir el flamenco, una estética denostada y vapuleada por un regimiento de "pseudoaficionados" que no ven más allá del grito acamaronado y la fiesta del compás. Premia a un flamenco más cerca de la cultura que del entretenimiento, más al fondo que a la forma, más al reposo que a la prisa, más a la afición que a la intuición, más al conocimiento que a la improvisación.

Cástulo representa a una estética que forma parte de la paleta colorista de un flamenco que desde hace tiempo lo pinta todo del mismo tono. Complemento de otras corrientes y no excluyente como algunos interesados pretenden, de un lado y de otro.


Cástulo se desentiende de la dictadura rítmica y vertiginosa de un cante que vende más pero vale menos, Manuel necesita del oidor cabal sin prisas que busca la oscuridad en la noche y no la noche en la oscuridad. Cantaor de afición infinita que no entiende de ojana ni de abrazos interesados en las puertas de los teatros ni de llamadas a políticos ni representantes.

Que nadie busque en Manuel la gracia de Cádiz ni la patá de Jerez ni los tópicos con los que algunos flamencos tan a gusto se encuentran, en Manuel encontrarás un corazón que se duele sin más, que se mueve entre las costuras del cante bien hecho, un corazón enjundiado y enamorado de un arte que le quita más que le da pero que lo tiene atrapado para siempre. EN el escenario encontarás una copa de manzanilla en lugar de una botella de agua, un sonido rudo en vez de una bella estampa, la emoción antes que la razón, la verdad del cante desnudo en vez de la búsqueda circense del aplauso. La lágrima trágica antes que la sonrisa, ese dolor que tanto nos gusta sentir para ser conscientes de que estamos vivos.

Felicidades a Manuel Cástulo a su tocaor de cabecera, Elías Chincoa, a los aficionados a cantar y a escuchar, y a un jurado que ha tenido la valentía de premiar el flamenco clásico interpretado con el sonido mágico de un cantaor de los de siempre, de los de nunca.


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